La sombra de Agatha Christie

Por Francisco Pastoriza

En la literatura ha habido escritores que se han arriesgado a continuar las andanzas de personajes cuyos creadores, una vez fallecidos, habían dejado a sus lectores con ganas de seguir las aventuras de los protagonistas de sus novelas.

En la actualidad esto es frecuente en la literatura de masas, como es el caso del agente 007, creado por Ian Fleming y resucitado por varios autores tras la muerte del novelista británico (el último William Boyd). Pero también en la gran literatura, como los personajes de Cervantes cuya vida ha continuado con acierto el escritor Andrés Trapiello en “Al morir Don Quijote” y “El final de Sancho Panza y otras suertes”.

Estos días nos llega la recuperación de uno de los personajes más populares de la novela policiaca, a la altura de Sherlock Holmes y Auguste Dupin. Se trata del inspector Hércules Poirot, creado por Agatha Christie, que protagonizó 33 novelas y 54 relatos de la escritora británica desde su aparición en 1920 en “El misterioso caso de Styles” y es el único personaje de ficción que mereció un obituario, el que le dedicó el “New York Times” en septiembre de 1975, a la muerte de la escritora. La resurrección de Hércules Poirot se convierte así en un excelente motivo para conmemorar este año el 125 aniversario del nacimiento de Agatha Christie.

Sophie Hannah (Manchester, 1971), novelista, autora de éxito de thrillers de intriga sicológica y profunda conocedora de las andanzas de Poirot, fue elegida por la familia de Agatha Chrstie para recuperar el personaje en una novela con un título de reminiscencias propias de la creadora del famoso detective, “Los crímenes del monograma”.

Millones de lectores, seguidores de la obra de Agatha Christie y de las pesquisas de Hércules Poirot, tienen ahora la oportunidad de continuar las andanzas del famoso inspector en esta novela cuyo lanzamiento simultáneo en más de cincuenta países da idea de la apuesta de los editores por el rescate de Poirot (el nombre de Agatha Christie figura también en la portada y puede llevar a confusión sobre la autoría del texto).

Sale airosa Sophie Hannah de la prueba, tanto en la recreación de Hércules Poirot, del que recupera su personalidad, su elegancia y pulcritud, su pasión por el orden, su manera de reflexionar y también sus tics, como en la elaboración de una historia que mantiene el suspense hasta el final acerca del autor o autores de un triple asesinato cometido en un hotel de lujo del centro de Londres. El juego de los indicios y las pruebas que se desvanecen, la aparición de nuevos acontecimientos que diluyen sospechas supuestamente firmes, la sucesión de personajes que despiertan nuevas líneas de investigación, se parece a esas muñecas rusas que al abrirlas contienen otras nuevas en su interior, a un complicado rompecabezas cuyas piezas hay que corregir continuamente o, como se compara con frecuencia en esta novela, a la elaboración de un complicado crucigrama de cuyas palabras uno no está seguro que sean las correctas hasta que se completan todas las casillas (y aún así…).

Hércules Poirot está asistido aquí por un joven inspector de Scotland Yard, Eduard Catchpool (que recuerda al Arthur Hastings de “Telón”), cuyas apreciaciones, a las que resta importancia y de las que se olvida, resultan sin embargo decisivas para Poirot, en un juego de competencias, enaltecimientos y descalificaciones que resulta verdaderamente divertido: “Fue perturbador oír que Poirot elogiaba mi utilidad. Yo no comprendía que unas pocas palabras mías, dichas sin pensar, hubieran podido ser tan trascendentales” (p.346), dice Catchpool hacia el final de la novela. Las palabras de Catchpool y las reflexiones de la “materia gris” de Poirot resuenan como un eco de anteriores aventuras en los escenarios de la investigación, unos escenarios sobre los que planea el espíritu de Shakespeare, un autor que firma el epitafio de una de las tumbas del cementerio del pueblo de Great Holling y del que se recuerda una de las frases centrales de “La tempestad”: “El infierno está vacío y todos los demonios están aquí”. Muy oportuna, por cierto.

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