EDITORIAL / Nepal

La única buena noticia que supone para España la existencia de nacionales atrapados por el terrible terremoto registrado en Nepal es su incorporación a la comunidad internacional, tras las décadas de aislamiento que vivió durante la dictadura de Francisco Franco.

En aquella época, poca gente sabía en este país que hubiera un Estado en el mundo llamado Nepal y sólo los estudiantes sabían que la montaña más alta de la Tierra se llamaba Everest; aunque de aquellos barros aún se mantienen lodos, como esa cuarta parte de la población española que aún piensa que el Sol gira alrededor de la Tierra, como sostuvo la Iglesia Cristiana hasta hace cuatro días (pidió perdón hace dos años por quemar a Galileo Galilei, que rebatió exactamente eso...).

Es indudable que el mundo ha cambiado mucho de entonces a ahora, pero también lo es que más ha cambiado España. Hoy, sus ciudadanos viajan por el planeta y hasta viven lejos de su tierra, como los centenares de españoles afectados por el movimiento de la corteza terrestre cerca de Katmandhú.

A todo esto, tampoco hace falta ser geógrafo para imaginar que, si la situación es terrible en aquella capital, debe de ser inenarrable en el mundo rural cercano. Como siempre, el dinero marca la diferencia: en Japón hay seísmos cada dos por tres, pero casi nunca pasa nada; mientras en Haití o Nepal un solo temblor es catastrófico... por no hablar de sus réplicas.

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