La hora de la verdad del Nobel de la Paz

En este artículo de opinión, el abogado noruego Fredrik S. Heffermehl y el funcionario sueco Tomas Magnusson sostienen que en los últimos años las personas distinguidas con el premio Nobel de la Paz no reflejaron el sentir del fundador del premio, el sueco Alfred Nobel (1833-96), que quería un mundo sin armas, combatientes ni guerras.

Por Fredrik S. Heffermehl y Tomas Magnusson

El premio Nobel de la Paz está a punto de ceder ante sus críticos. Olav Njolstad, el nuevo secretario del comité que otorga la distinción, anunció que “se avecinan cambios” en el proceso de selección de los ganadores. Pero esos cambios “no serán drásticos”, precisó Njolstad, quien integra el Comité Noruego del Nobel, en una entrevista concedida en marzo, por lo que es improbable que reflejen la reforma integral que exige The Nobel Peace Prize Watch, una organización sin fines de lucro que se opone al militarismo internacional.

En una carta enviada en febrero a los adjudicatarios del premio Nobel, el grupo destacó el objetivo real de Alfred Nobel al definir el galardón y presentó una selección de 25 candidatos, de los 276 nominados para el premio en 2015, que estarían verdaderamente calificados para ganar. Las autoridades del premio se comprometieron a responder a la misiva que está publicada, junto con la lista de candidatos “válidos”, en la página web de The Nobel Peace Prize Watch.

El grupo optó por ignorar los deseos del Comité, que mantiene una política de riguroso secreto en torno a los candidatos y el proceso de selección. Al publicar, por primera vez, las identidades de los 25 “candidatos válidos”, la organización permitió que todos vean las variedades de trabajo por la paz que Nobel pretendía promover con su premio. Durante más de 100 años, la regla del secreto evitó que los adjudicatarios fueran responsabilizados por despreciar a los verdaderos “defensores de la paz” de Nobel, y aquellos fueron capaces de afirmar que ya no existen los ganadores que el fundador del premio tenía en mente.

Según The Nobel Peace Prize Watch, eso no es cierto. El Comité ignora la sencilla, irrefutable y nunca cuestionada evidencia que revela que, cuando destinó su premio a los “defensores de la paz”, Nobel se refería al “movimiento y las personas que trabajan por un mundo desmilitarizado, para que la ley reemplace al poder en la política internacional, y para que todas las naciones se comprometan a cooperar por la eliminación de todas las armas, en lugar de competir por la superioridad militar”.

Que el premio cumpla con su propósito real exigirá un cambio dramático en la política de adjudicación. Por eso, The Nobel Peace Prize Watch duda que los cambios inminentes, calificados de “poco drásticos”, alcancen para cumplir con las leyes sobre testamentos y fundaciones y las decisiones de los dos organismos públicos de Suecia encargados de supervisar que las fundaciones gasten sus fondos de acuerdo con la ley.

Aunque las nominaciones son secretas, el grupo pudo identificar a 25 nombres nominados correctamente para el premio de 2015. En esa lista predominan los estadounidenses y las personas dedicadas al desarme nuclear, como los japoneses Samiteru Taniguchi Setsuko Thurlow, la organización de sobrevivientes nucleares Hibakusha, el abogado estadounidense Peter Weiss y la Asociación Internacional de Abogados contra las Armas Nucleares, y David Krieger y la Fundación por la Paz en la Era Nuclear. Otros candidatos son David Swanson, activista por el desarme total, los denunciantes Kathryn Bolkovac, Daniel Ellsberg, Chelsea Manning y Edward Snowden, y los activistas por un orden mundial basado en la ley, como los abogados Benjamin Ferencz y Richard Falk, todos ellos de Estados Unidos. La lista también incluye a la Liga Internacional de Mujeres por la Paz y la Libertad, formada durante la Primera Guerra Mundial.

Parecería que los políticos noruegos, imbuidos del militarismo occidental y la lealtad a la Organización del Tratado del Atlántico Norte, son incapaces de comprender la idea que Nobel tenía de la paz, la de librar al mundo de las armas, los combatientes y las guerras. Con esa noción, que su testamento respaldó, pretendía que todas las naciones cooperaran en materia de desarme.

Los laureados con el Nobel de la Paz, como el presidente de Estados Unidos Barack Obama, en 2009, y la Unión Europea, en 2012, creen en la vía militar y evidentemente no son el tipo de ganadores a quien el fundador dedicó su premio. Si el mundo lograra cumplir el plan de paz de Nobel, se liberarían enormes fondos para atender a las necesidades humanas. Costaría solo una pequeña fracción del gasto militar mundial garantizar el acceso universal a los alimentos, el agua potable, la vivienda, la educación y la atención sanitaria. Sería posible garantizar circunstancias dignas para todas las personas, en todo el mundo, pobres y ricos, en Oriente y Occidente, del Norte y el Sur, y en el proceso, hacerlos más seguros. Para un realista, debe ser evidente que un mundo lleno de armas y combatientes, incluso de armas nucleares, es de por sí inseguro.

En la carta que solicita los cambios, The Nobel Peace Prize Watch menciona las normas jurídicas con respecto a los testamentos y las fundaciones, y además recuerda las decisiones adoptadas por dos organismos públicos suecos en los últimos años. Esas autoridades esperan que se respete el propósito del testamento de Nobel y que la Fundación Nobel de Estocolmo mantenga al subcomité noruego del premio de la paz bajo una supervisión estricta y eficaz, y que también se abstenga de pagar el monto del galardón a un ganador ajeno a la finalidad que su fundador tenía en mente. El Comité Noruego del Nobel, elegido por el Parlamento noruego, tiene que decidir si cumplirá con el gran mandato que Nobel le confió, el de iluminar y promover la visión de la prevención de la guerra en el futuro, con lo que Nobel llamó en su testamento “la creación de la hermandad de las naciones”.

Los gobiernos y los ciudadanos de todo el mundo deben unirse para exigir que los legisladores noruegos respeten a Nobel y nos ayuden a todos a liberarnos de ese enemigo común, muy peligroso, llamado militarismo.

Editado por Phil Harris / Traducido por Álvaro Queiruga

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