Diálogo de sordos

Por Jorge de Quintes

Imaginen ustedes que el presidente Mariano Rajoy lanzara una gran oferta de diálogo nacional a la que no invita al PSOE, IU, Podemos, Ciudadanos, PNV... Tampoco serían llamados a ese gran debate los alcaldes de las principales ciudades ni los presidentes de las comunidades autónomas que no son de su partido, ni los sindicatos, ni las organizaciones sociales contestatarias. Nadie creería en las buenas intenciones de un presidente ya bastante desprestigiado por sus años de gestión.

Eso es exactamente lo que ha impulsado en Ecuador el presidente Rafael Correa, el principal exponente de las llamadas reformas bolivarianas y el que goza de mayor prestigio internacional. La caída de los precios del petróleo ha generado una difícil situación económica en el país ecuatoriano.

Al final, el desempeño económico de un país es el principal detonante para poner y quitar presidentes. Pasa en todo el mundo. "¡Es la economía, estúpido!" La célebre frase de James Carville, asesor del demócrata Bill Clinton en la exitosa campaña que en 1992, le impulsó desde su modesto sillón de gobernador de Arkansas hasta el Despacho Oval de la Casa Blanca, descolocando a su contrincante republicano, George Bush, padre, que seguía volcándose en los éxitos de la política exterior estadounidense como el fin de la Guerra Fría o la Guerra del Golfo Pérsico, olvidándose de los problemas cotidianos y de las necesidades más perentorias de los ciudadanos.

En Ecuador los ciudadanos, agobiados por la economía, han salido a protestar a las calles hartos del intervencionismo estatal que impone condiciones de vida de todo tipo. Cuándo se puede beber, qué se debe comer, qué música escuchar, qué modelo de familia, cuánto ganar. Pero de fondo metiendo la mano al bolsillo de los ciudadanos para financiar los programas de beneficio a los pobres (una gran cantera de votos) y, sospechan los ciudadanos, para el enriquecimiento personal de una casta política que bajo el lema de ver, oír y callar se limita a seguir las consignas del jefe mientras se va creando su capitalito.

Para mejorar su imagen, Correa ha propuesto el diálogo. Solo con los de "buena fe". Y eso excluye a los partidos políticos de oposición y a cualquier grupo que no comulgue con el ideario presidencial. Si la gente se manifiesta, pues se condenan las manifestaciones. Si los diputados de oposición claman en la Asamblea, pues se emite una resolución en la que deberán pasar por el filtro de la Cámara los discursos para que la presidenta les dé el visto bueno. Si se convoca a un paro nacional, pues se declara que este es ilegal. Si los periódicos critican su gestión, pues se les imponen fuertes multas y se les amenaza con la cárcel si publican la situación económica bajo la llamada figura de pánico financiero.

La democracia elevada a su máxima potencia de dictadura. Eso hay en Ecuador.

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