Los límites de la globalización

Por Guillermo Garoz

La Globalización en su acepción más clásica y genérica es abordada comunmente desde una perspectiva popular y bondadosa. Esta percepción de positividad, de beneficio generalizado, es cierta como concepto general y precisamente por ello debe ser matizada y puesta en su contexto. Para poder situar la expresión en sus justos términos es fundamental tener presente que los fenómenos de globalización no están exentos de asimetrías ya que no se trata de una interdependencia global en base a compartir recursos o interactuar culturalmente en un plano de igualdad. La interdependencia entre los actores no está exenta de desigualdades lo que puede suponer y de hecho supone abusos, desigualdades y coerción en una dimensión globalizada.

Desde una posición de poder detentada por aquellos que (consciente o inconscientemente) pilotan el proceso, se nos ofrece una falsa elección entre marginalidad y homogeneidad. Por tanto la Globalización es un poliedro con múltiples caras que se deben estudiar mediante un análisis serio, empírico y sobre todo con una perspectiva temporal amplia y multidisciplinar. En todo caso la cuestión requiere una extensión que va más allá del limitado propósito de este artículo que sólo aspira a resaltar la confluencia de lo diverso y cercano dentro de la vorágine globalizadora. Nos referimos al desarrollo del término Glocal.

El origen del concepto GLOCAL data de los años 80 del siglo XX y surge para explicar una determinada estrategia de márketing comercial que pretendía posicionar productos japoneses en un mercado global sin perder su identidad y sin renunciar a la actividad en los mercados autóctonos. Posteriormente la acepción del término será ampliada y dotada de sentido crítico e ideológico por Ulrich Beck, sin perjuicio de que  Roland Robertson esté considerado como el autor que proporciona carga intelectual al concepto Glocal.

La carga ideológica parte de la base de una globalización que desarrolla de forma simultánea las potencias expansivas homogeneizadoras y las sinergias propias de la resistencia local. De las tensiones generadas por ambas perspectivas (global y local) en sus aspectos sociales, políticos, económicos y culturales, surge la Glocalización como fenómeno reconocido y resumido en la literatura: “Pensar globalmente para actuar localmente”.

De hecho el concepto Glocal en su acepción económica se define como el comportamiento de la unidad económica, individual o colectiva que se muestra proactiva a planteamientos globales que implican una acción consecuente a nivel local. Su expresión práctica se centra en la adaptación y toma en consideración por parte de las empresas de las particularidades de cada territorio para desarrollar las estrategias de producción y consumo más proclives y ajustados a los usos y costumbres de la demanda local.

Desde una visión no economicista, desde perspectivas sociales, idiomáticas o culturales, lo Glocal debe ser entendido como un mezcolanza de elementos propios de la mundialización y de valores locales peculiares y propios de cada entorno. El resurgir de cierta defensa de lo local y territorial debe ser entendido como una reacción de aquellos que quieren preservar sus tradiciones y costumbres ancestrales frente a nuevos procesos de socialización impuestos desde el exterior. Para resaltar el apego al mundo de lo cercano, de lo autóctono, es indispensable situarse dentro del contexto general en que se desarrolla la sociedad actual, una sociedad unidireccional y de pensamiento único que arrastra con su dinámica acelerada todo lo que se muestra como diferente o heterogéneo.

La crisis del Estado como generador de soluciones
La Glocalización es también fruto de las tendencias inscritas en lo que se ha definido también como la Segunda Modernidad, la Sociedad-Red o la Cultura del Riesgo, todas estas definiciones abarcan de una u otra manera las tendencias a medio-largo plazo que ponen en  valor la movilidad de las fronteras nacionales y la subsiguiente crisis del modelo estatal en su vertiente de mayor dificultad, a saber: generar identidad social y seguir siendo el polo central de la vida política, social y económica de la  ciudadanía. Se produce una mezcolanza donde coexisten intereses transnacionales con otros de tipo nacional, si bien la polarización se da cada vez más entre los aspectos globales y los puramente locales, quedando la tradicional función medidora del Estado en una posición cada vez más disfuncional aunque aparentemente su predominio sigue siendo importante.

Esta pérdida de importancia de lo estatal deviene también de su aplanamiento y renuncia a ser motor de propuestas innovadoras y soberanas en temas importantes como la crisis demográfica, el desempleo estructural, la crisis alimenticia o la desafección política. Al contrario, los Estados buscan desesperadamente sumarse a las tendencias homogeneizadoras de la Globalización tanto en lo económico como en lo cultural. 

En contraste con lo anterior, desde una perspectiva local se producen cada vez con mayor frecuencia propuestas y reacciones creativas y originales que intentan buscar soluciones prácticas, autosuficientes y exportables, al tiempo que refuerzan la democracia de lo cercano, de lo próximo, con el objetivo de mitigar (siquiera en parte) la potencia amorfa y devastadora de lo global.

Las mismas fuerzas que expanden la cultura y la economía global generan como reacción la protección y el apego a lo diferente y la puesta en valor de los elementos propios de las culturas localistas.

Efectivamente, en una primera aproximación a la cuestión es innegable que las dinámicas sociales y económicas del siglo XXI sustentadas por la sociedad-red están claramente orientadas hacia lo planetario y global. Es una Globalización que emerge a la sombra de elementos homogeneizadores como las T.I.C, y de procesos tecnológico nacidos del esquema I+D+I del calibre de la nanotecnología, la robótica o la biomedicina, sin mencionar el carácter global que está tomando la búsqueda de soluciones para el acuciante problema del cambio climático y su inclusión obligatoria en la agenda política internacional a lo largo de todo el siglo XXI. Posiblemente la resolución de los grandes problemas del planeta (polución, hambre, recursos escasos) se expresen cada vez más en clave de tensión entre intereses globales y locales. Sin embargo, la experiencia vivida y las perspectivas de futuro nos muestran que sólo desde una posición concertada y coordinada localmente será posible atender eficazmente los problemas globales.

Como segunda lectura podemos situar a la sociedad-red, o sociedad riesgo, como facilitadoras de un contexto de valoración de todo lo que tiene que ver con lo local, con lo territorial, diverso y diferente. Al fin y al cabo las localizaciones de las instalaciones, los recursos naturales, los proveedores zonales y los recursos humanos disponibles pueden condicionar notablemente las propias estrategias de la economía global, pues todas las empresas  tienen en mayor o menor medida un anclaje territorial y están condicionadas por un capital intangible en forma de valores y creencias autóctonas que deben ser tenidas en cuenta tanto si se realizan prospecciones sobre las expectativas de productividad-ganancias como si se analizan las pautas de consumo en cada territorio. 

Globalización y estructuras supranacionales
También es cierto que el entramado financiero internacional y la profusión de economía especulativa no productiva impulsan frecuentemente el desarrollo global en un determinado sentido, buscando la mayoría de las veces una menor regulación jurídica y comercial y una mayor opacidad informativa. Igualmente ocurre con las  actividades de las grandes corporaciones industriales y/o  comerciales en su búsqueda de libertad de acción para llevar a cabo sus estrategias, libertad que muchas veces se convierte en impunidad y que genera serian dificultades para lograr algún tipo de control por parte de los Estados y de ciertos organismos reguladores internacionales.

Esta globalización unidireccional supera el nivel de los Gobiernos y se vertebra también potenciando las alianzas estratégicas de corte supranacional que vinculan contractualmente a grupos de países, (normalmente bajo criterios geográficos o de desarrollo) con un contenido de índole comercial, político, financiero e incluso militar. A título enunciativo y no exhaustivo podemos citar organizaciones como UE, OTAN, OCDE, G-8, NAFTA, G-20, F.M.I.

Global-Glocal: La delgada línea roja
Como resumen y reflexión final decir que el Universo Globalización se compone de grandes dinámicas de cambio que incluyen (como no podía ser de otra manera) la homogenización cultural y sobre todo, una línea de pensamiento único que alcanza la economía, la educación, los valores y las creencias, generando una cosmovisión exenta de riqueza y diversidad. Dicha perspectiva pobre y limitada se extiende como una mancha de aceite por todo el mundo y deja el interrogante de saber si se trata del precio que hay que pagar para la consecución de objetivos comunes en bien de la humanidad o bien de una gigantesca manipulación ideológica para abducir culturas, excluir peculiaridades y finalmente eliminar resistencias. Una situación que implica una delgada línea roja que delimitaría las posiciones éticas de Gobernanza Global separándolas del miope y mezquino beneficio de los de siempre. Las barreras culturales e incluso ideológicas interpuestas como defensa por muchos territorios tienen mucho que ver con esto último: Lo Glocal como reacción y defensa del derecho a ser diferente.

Como todos los grandes procesos sociales, económicos y culturales, su repercusión en la vida de las personas son causa y efecto a la vez de los cambios en una estructura social que ampara una gran capacidad de cambio y adaptación pero que debe tener en cuenta el derecho a la diversidad apoyándose siempre en las personas como motor del cambio.

Si bien es cierto que la Globalización (más o menos asimétrica) es un fenómeno colectivo que se expande uniformando comportamientos, no es menos cierto que el individuo, su entorno más próximo y la democracia local, son los aspectos que articularan la libertad y la ciudadanía en los albores del tercer Milenio.

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