Casposos, corruptos, anestesiados, jaraneros...

Por Andrés Sorel

Rouco Varela y sus sermones psicoanalíticos sobre el sexo y la familia; esteladas que envuelven cuerpos sin cerebro –u otras banderas, ah del día en que se destruyan todos los nacionalismos–; toros de la Vega para animalizar a los seres humanos felices por regresar a sus orígenes; Vírgenes del Rocío –un millón de alienados para romper la idea del ser pensante–; periódicos de los sábados y domingos rivalizando con las viejas nuevas revistas franquistas al servicio de los majaderos, la nobleza y las clases explotadoras y para solaz del pueblo bien sojuzgado por ellas; la hija de Franco y otros personajes nobles todavía vivos y poderosos en papel couche; pasarelas del cine, la literatura, la moda –triste espectáculo para denigrar el arte, la cultura y a la mujer–;  la fiesta de los toros con sus rituales gentes en las barreras y callejones, el Rey el primero, ahora con hija, y  banqueros, latifundistas, políticos, aristócratas; los ininterrumpidos coloquios de las televisiones –el que más grite, insulte, pisotee el lenguaje y sea más cínico será el vencedor–; las palabras –palabras, que no conceptos, palabras reiteradas, mendaces, embusteras, de los líderes políticos en campaña teatrera electoral; los Vargas Llosa impartiendo doctrina política amparada en su relumbrón: ahora, primero Isabel Preysler, segundo el premio Nobel; noticias sobre quién se mete en la cama con quién; la censura que no se ve y dicen ya no existe pero que posee el poder que marcan los empresarios de eso que dicen cultura y es solamente industria y monopolio imperialista y la sujeción a ella de quienes desean ser correctos y no tocar lo que no lo es para ocupar un lugar en la información y vivir de las rentas aunque destrocen la ética, la belleza y la libertad.

Y al fin, el último acontecimiento del mes,  el Rosell y sus recetas, como Jefe de los Empresarios, para apretar más el dogal uncido al cuello, las manos y los pies, de la clase trabajadora: porque existen terroristas de la palabra que son bien reputados y remunerados, no juzgados, y gracias a ellos se agranda más la pobreza y la miseria de la mayor parte de la población –no de su casta, que obtiene mayores beneficios– en los lugares en que dominan.

Esta España putrefacta, rancia, horriblemente fea, acomodaticia a cualquier tipo de catecismo, religioso, nacionalista, cultural, tan abominable como impostor y depredador de la vida continuada desde hace siglos gracias a las minorías –Iglesia, banqueros, oligarcas, lacayos gubernamentales a su servicio.

Esta España que destruye un día si y otro también ideas como justicia, moral, igualdad, libertad. Donde la vanidad, la alienación, el esclavismo para quienes son marginados de la educación, la sanidad, la vivienda, la cultura, que si de algo no gusta, y por eso procura marginarlos, es de los pensadores de la duda y la diferencia que abominan de los espectáculos folklóricos y vulgares sea en el ocio o la política.

Y eso significa que ni la Inquisición murió, ni el fascismo fue derrotado y vencido, ni la censura terminó de desaparecer nunca, ni la incultura dejó de extenderse en la mayor parte de sus habitantes, ni los valores de la libertad, el respeto a quienes piensan de manera diferente a la llamada correcta, ni los que desde fuera o dentro incluso de los Gobiernos intentan o intentaron salir de esa herencia y la continuidad de la malhadada historia, encontraron suficientes apoyos para conseguirlo.

El culto y respeto y práctica de los que gustan de la sensibilidad, la belleza, el silencio, la palabra meditada y no espetada sin raciocinio alguno, el pensamiento que se alimenta de dudas en vez de catecismos, son abominados por quienes se entregan a lo soez, grosero, ruidoso, feo, rindiendo culto al verdadero Dios, el dinero, y su cada vez más predilecto Hijo, el Pofeta de la publicidad.

Pero entramos en elecciones. Y nos invade la campaña en que todos sus voceros invocan al pueblo, a la gente, a los ciudadanos. Los del Rocío, las banderas, espectadores de los múltiples Sálvame, loterías, tertulias de cualquier índole. ¿Quiénes convocan? Los conductores, sean sacerdotes o políticos, que ya no se diferencian unos de otros. ¿Qué buscan? Unirlos como se hace con los rebaños de carneros camino del matadero, los búfalos provocados en estampida, las hormigas en sus construcciones habitacionales o acarreos de comida, los espectadores en los conciertos, estadios, mítines. ¿Con qué fin? El que les den fuerza necesaria para erigirlos no sólo en líderes, sino para que los conduzcan sea al poder o a la guerra, al totalitarismo o a la sumisión. ¿Y el precio? La pérdida de sus pensamientos, voluntades, singularidades y diferencias.

He ahí el terrible resultado: basuras humanas y políticas que pueden concluir a veces en hornos crematorios, otros en campos de concentración para quienes huyen de la guerra y la miseria, y los más a las ciudades de infinitas celdas y desastres ecológicos  cada vez más controlados y vigilados y penados quienes en ellas habitan, y confortables espacios apartados y lujosos cada vez más vigilados e impenetrables.

¿Cuándo se hablará de liberación, y formas de acometerla, para que quienes lo hagan al menos se sientan libres? Porque a los que así lo hagan, es a quién hay que apoyar y combatir siempre a los herederos de la España que despreciamos.

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