Gire a la izquierda, dijo Clemente

Por David Torres

Más que el bar de la esquina, el portal de la comunidad de vecinos o el propio Congreso de los Diputados, el taxi siempre ha sido el mejor lugar donde tomar la temperatura política del país. También es el habitáculo idóneo donde comentarla e incluso donde hacerla, al menos desde el tiempo de los Austrias, cuyos validos confeccionaban edictos a golpe de carruaje. Hoy que triunfa una política de hora punta, una política de atasco y marcha atrás, el comentario más ingenioso no puede competir con el guiño de un semáforo en rojo. Hay taxistas que guardan en su interior un entrenador de fútbol y hay otros que amartillan en cada frenazo el silencio peninsular de un presidente del gobierno.
El lunes me encontraba encajonado en un taxi por el Paseo de Recoletos, en mitad de una de esas gloriosas mañanas de sol y humo con que Madrid se hunde en la historia de la meteorología. Para hacer juego con el tráfico, la radio se encontraba encallada en una de esas interminables tertulias donde los comentaristas repiten las mejores jugadas. Para unos, Podemos había sido el gran derrotado de las elecciones; para otros esa posición correspondía al PSOE. Nadie mencionó que Ciudadanos no había arañado un solo escaño ni en Galicia ni en el País Vasco, lo cual daba una idea de la capacidad estratégica de Albert Rivera, que había aglutinado todas las fuerzas de la derecha mediante el astuto procedimiento de hacerse el harakiri. Sincronizándose con una estruendosa sinfonía de pitidos, todos los tertulianos se lanzaron a una sobre el cuello del pobre Pedro Sánchez, con una sevicia que recordaba una parada nupcial de barones. De repente irrumpió una voz inconfundible en medio de la algarabía:
-Gire a la izquierda.
-Disculpe -le pregunté al taxista-, pero ¿no era ése Javier Clemente?
-Sí, señor.
-¿Y desde cuándo está Javier Clemente de comentarista político?
-No, no es comentarista político. Es el GPS.
Me explicó que le había puesto al GPS la voz de Clemente porque le daba a las órdenes una autoridad y un tronío del que carecía el tono que traía de fábrica. También podía haber puesto a Vicente del Bosque, puntualizó, pero lo cierto es que a del Bosque nadie le hacía mucho caso. Clemente no habría ganado un Mundial ni una Eurocopa, pero no le rechistaba ni Dios. Tenía razón: los comentaristas se habían callado todos de golpe y, por un momento, hasta la tormenta de claxones había remitido.
-Gire a la izquierda -repitió Clemente, y ya no cabía duda de que le estaba hablando a Pedro Sánchez,indicándole el único camino posible para escapar no ya a su propia decapitación sino a la deriva continental del psocialismo. Tampoco es que hubiera mucha izquierda donde girar, encajonados como estábamos entre varios carriles de automóviles, pero cualquiera le llevaba la contraria a Clemente. Pregunté cuánto le debía y decidí seguir a pie, porque el GPS ya estaba empezando a calentarse y al taxista no le iba a quedar otro remedio que empotrarse contra una furgoneta. Le oí por última vez sobreponiéndose a los bocinazos:
-Gire a la izquierda, hostias.

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