Internacional no es lo mismo que supranacional

Por Vicenç Navarro

Este artículo continúa los temas tratados en un artículo anterior en el que, aplaudiendo los objetivos del movimiento DiEM25, critico algunos de los supuestos sostenidos por su fundador Yanis Varoufakis en su estrategia para cambiar la Unión Europea, que se centra única y exclusivamente en la creación de movimientos paneuropeos destinadas a crear instituciones supranacionales, a la vez que desmerece y considera inútil la estrategia de transformación de los Estados, pues considera a estos muertos o en vías de defunción (incluyendo sus Estados del Bienestar), sin posibilidades de cambio. En mis artículos señalo que hoy están apareciendo fuerzas políticas y sociales que están rechazando las políticas impuestas por el establishment europeo (rompiendo con ellas), fuerzas que Varoufakis parece minusvalorar y que yo considero esenciales para la estrategia de democratización de los Estados, así como de la Eurozona y de la Unión Europea. Sus alianzas paneuropeas pueden jugar un papel determinante en tal estrategia de democratización europea, para lo cual se requiere una reversión de las relaciones de poder existentes a nivel de Estado y a nivel de Europa, donde, en ambos niveles, hay un dominio casi absoluto de las instituciones gobernantes por parte de las fuerzas del capital a costa del mundo del trabajo, temas que Varoufakis no menciona.

A lo largo de mis escritos (ver, como ejemplo, Ataque a la democracia y al bienestar. Crítica al pensamiento económico dominante. Anagrama, 2015) he indicado en repetidas ocasiones que para mejorar el bienestar y la calidad de vida de las clases populares de los distintos pueblos y naciones que constituyen España, hay que combinar la necesaria estrategia transformadora para democratizar el Estado (en sus distintos niveles, central, autonómico y local) con la necesaria para democratizar las instituciones de gobernanza del Eurogrupo  (y de la Unión Europea, UE) con el objetivo de cambiar las relaciones de poder, hoy claramente sesgadas (tanto a nivel del Estado como a nivel de las instituciones europeas) a favor del mundo del capital a costa del mundo del trabajo, siendo esta una de las mayores causas de las crisis financieras y económicas que estamos experimentando. La alarmante situación de deterioro de la calidad de vida de tales clases populares requiere urgentemente una reversión de esta relación, empoderando al mundo del trabajo para que pueda incluso transcender y sobrepasar el sistema económico dominante en ambos niveles. La democratización de las instituciones en ambas instancias es condición para que ello ocurra.

Varoufakis, sin embargo, ha escrito en repetidas ocasiones que la estrategia de cambiar las relaciones de fuerza dentro de los Estados es una pérdida de tiempo, pues donde las decisiones se toman es a nivel europeo. Como mostré en mi artículo “¿Está el Estado del Bienestar muerto? Crítica a Yanis Varoufakis” (Público, 08.08.16). Varoufakis rechaza esa estrategia presentándola como inútil (expresión utilizada en sus discursos y escritos, como documenté en mi artículo anterior) pues, en realidad, todas las decisiones económicas y políticas se toman en las instituciones europeas que constituyen el establishment político que gobierna la Eurozona y la UE. Según él, “los parlamentos nacionales son meras correas de transmisión de lo que se decide a nivel de Bruselas, o de Frankfurt” (de nuevo, en mi artículo cité directamente de sus escritos, utilizando incluso su narrativa).

Esta externalización de responsabilidades, negando que se pueda hacer algo a nivel de los Estados para cambiar esta situación, es, sin embargo, claramente paralizante para las fuerzas progresistas. Esta misma externalización de responsabilidades es también utilizada, por cierto, por los partidos gobernantes para justificar la aplicación de sus políticas neoliberales altamente impopulares. Tales partidos gobernantes indican que tienen que imponer (y digo imponer pues no estaban en sus programas electorales) tales políticas a las clases populares porque no tienen ninguna otra alternativa. Y, por paradójico que parezca, esto es precisamente lo mismo que está escribiendo y diciendo Varoufakis. Oigan el discurso reciente que dio (que adjunté en mi artículo crítico y que adjunto de nuevo en este enlace), y lo comprobarán con sus propios oídos. Dice claramente que el Estado no sirve para nada, en realidad está muerto, y que el Estado del Bienestar está también muerto, y no tiene futuro. Repito que los términos utilizados en esta frase son suyos, no míos. Compruébenlo. Son citas directas de su discurso.

El Estado del Bienestar, sin embargo, no está muerto
Las afirmaciones de Varoufakis derivan de su conclusión de que los Estados ya no pintan nada, y que el Estado del Bienestar ya no es factible. En otras palabras, la estrategia que (también erróneamente) define como socialdemócrata ya no es posible en Europa [4]. Añade, además, por si no fuera poco, otro factor a esta imposibilidad para mantener y/o expandir el Estado del Bienestar: la revolución digital, que está –según él- eliminando puestos de trabajo, creando el famoso “futuro sin trabajo”. La robótica, por ejemplo, eliminará trabajadores y, con ello, contribuyentes a las arcas del Estado para sostener el Estado del Bienestar.

De ahí que Varoufakis concluya que la Renta Básica Universal (RBU) es la mejor alternativa para resolver la imposibilidad de mantener y expandir las transferencias públicas y los servicios públicos del Estado del Bienestar. Ruego al lector que escuche el discurso al que me he referido anteriormente, y oirá que la RBU se presenta como alternativa al Estado del Bienestar, el cual se considera que no es factible dentro de las coordenadas de poder que existen hoy en Europa (es curioso, por cierto, que parece asumir que las mismas instituciones que no permiten el desarrollo del Estado del Bienestar permitirían el de la RBU).

¡Sí se puede!
Ni que decir tiene que el orden económico existente hoy en Europa, bajo el control de las fuerzas conservadoras y liberales que también controlan gran parte de los Estados, obstaculiza enormemente las posibilidades de cambio para mejorar el bienestar de las clases populares en cada país, situación que aparece con una asfixiante claridad en los países periféricos de la Eurozona, como es España. Pero que las dificulte no quiere decir que no sea posible cambiarlas. Uno de los mayores obstáculos para desarrollar la estrategia transformadora a nivel de cada país es precisamente esta percepción de que no se puede hacer nada. De ahí que sea urgente romper con este determinismo económico (que es, ni más ni menos, que el discurso político promovido por el capital financiero en Europa), pues toda la evidencia científica existente muestra claramente que sí que hay otras alternativas. Mostré en mi artículo crítico con Varoufakis que el presidente socialista Zapatero congeló las pensiones públicas para conseguir 1.200 millones de euros para reducir el déficit público, cuando podría haber conseguido mucho más revirtiendo su bajada del impuesto de sucesiones (2.552 millones) o manteniendo el impuesto de patrimonio, logrando 2.100 millones de euros. Y, para no ser menos, el presidente Rajoy recortó 6.000 millones de euros de la sanidad pública española (ya en sí muy poco financiada), cuando podría haber conseguido más dinero revirtiendo la bajada del impuesto de sociedades de las compañías que facturan más de 150 millones de euros al año. Y así una larga lista de alternativas. Juan Torres, Alberto Garzón y yo mostramos en el libro Hay alternativas. Propuestas para crear empleo y bienestar social en España, como por cada política pública de recortes que afectaba a las clases populares podrían haberse conseguido más ingresos revertiendo las políticas regresivas que ambos gobiernos habían implementado en periodos anteriores.

El tsunami del movimiento 15-M
Tal información que proveímos en aquel libro empoderó al Movimiento de los Indignados, al poder estos mostrar la falsedad de aquel dicho, promovido por los partidos gobernantes de España, de que “no había alternativas”. ¡Sí que las había! ¡Miren los datos y lo verán! De ahí que concluir que el gobierno Zapatero o el gobierno Rajoy aplicaron estas políticas reaccionarias porque no tenían otras alternativas es un profundo error (y un favor a aquellos partidos gobernantes, justificando sus políticas).

Lo que el Movimiento de los Indignados exigía era el establecimiento de una auténtica democracia en España, lo cual significaba una amenaza de primera magnitud al orden establecido, basado en un Estado muy poco democrático, resultado de una Transición inmodélica de la dictadura a la democracia. Sus demandas en España eran revolucionarias, e iniciaron toda una serie de movimientos político-sociales que surgieron a lo largo del territorio español, y que en su expresión política consiguieron –solo en un año y medio– casi alcanzar a ser el primer partido de la oposición al gobierno más conservador y reaccionario que haya tenido España, máximo promotor de aquel eslogan. Los resultados espectaculares de Unidos Podemos y sus alianzas, apoyados por millones de españoles, muestran la falta de credibilidad entre amplios sectores de la población de aquel mensaje de que no había alternativas.

La importancia de la lucha a nivel de Estado junto a la lucha por cambiar Europa
Lo que solía llamarse lucha de clases continúa existiendo y se realiza tanto a nivel del Estado (y, repito, en sus diferentes niveles, central, autonómico y local), como a nivel europeo. En realidad, las clases dominantes en cada país utilizan su dominio sobre las instituciones europeas para conseguir lo que no podrían conseguir aprobar en sus propios parlamentos. La alianza de las clases dominantes en la UE y en la Eurozona es lo que guía y configura las políticas a nivel de cada Estado y a nivel europeo. Frente a esta alianza de las clases dominantes, se necesita una alianza de las clases dominadas, tanto a nivel estatal como a nivel europeo, mostrando, por ejemplo, que el trabajador alemán tiene más en común, en cuanto a sus intereses, con el obrero español o griego, que con el establishment financiero, político y mediático de su país.

El establecimiento de tales alianzas es una de las mayores urgencias en la UE y en la Eurozona. El reto de las fuerzas progresistas es precisamente articular la lucha a nivel del Estado con la lucha a nivel europeo. Creerse que puede cambiarse Europa sin cambiar antes los Estados, como Varoufakis está proponiendo, es imposible, como también es imposible cambiar los Estados a través de cambios en Europa. Las fuerzas progresistas podrán cambiar Europa si cambian las relaciones de fuerza dentro de los Estados (al menos en un número significativo de ellos para poder forzar estos cambios). Sin cambios a nivel de los Estados, veo difícil que pueda cambiarse Europa, situación con la cual Varoufakis parece no estar de acuerdo, pues concluye que no hay nada que pueda hacerse a nivel de los Estados. Y la estrategia ahora debe centrarse en cambiar Europa. Y es ahí donde creo que Varoufakis ha sacado las conclusiones erróneas con lo que ha ocurrido en Grecia.

El Estado griego estaba muy solo y era débil frente al establishment financiero-político alemán. Pero la propia experiencia y la derrota de las fuerzas progresistas en Grecia han contribuido (además de deslegitimar las instituciones europeas) a movilizar a las fuerzas progresistas de otros países. Es obvio que la resistencia a las políticas neoliberales promovidas por las instituciones europeas está aumentando y expandiéndose. Y con ello la oposición a tales instituciones está creciendo exponencialmente. Y así como antes tanto las derechas (conservadores y liberales) como las supuestas izquierdas (la socialdemocracia) hacían lo mismo cuando gobernaban, están apareciendo ahora nuevas fuerzas políticas, como las nuevas izquierdas emergentes en España, en Portugal o en el Reino Unido, que cuando han podido gobernar (como las portuguesas) han intentado parar las políticas de austeridad. Y aunque sea provisional, su victoria es parte de un rechazo continuo que se va extendiendo.

No estoy en contra del DiEM25, como Varoufakis asume
Ni que decir tiene que el movimiento a nivel europeo liderado por Varoufakis es valiosísimo y, repito, no estoy en contra del DiEM25, como tampoco estoy, por cierto, en contra de la RBU (lo que sí cuestiono es que sea la mejor manera de reducir la pobreza y las desigualdades). En realidad, aplaudo la creación del Democracy in Europe Movement 2025 (DiEM25) a lo largo del territorio europeo, que intenta democratizar las instituciones de gobernanza de la Unión Europea y de la Eurozona, asumiendo correctamente que tales instituciones carecen de la más mínima sensibilidad democrática. La necesidad de que se alcance tal objetivo viene marcada por la constatación de que dicha democratización es la única vía posible para cambiar aquellas instituciones y con ello mejorar Europa, pues la otra vía –la de separarse de la Unión Europea– es, según Varoufakis, volver al esquema anterior de vivir y actuar a nivel de los Estados, alternativa que él considera como profundamente equivocada.

Aquí hay que clarificar que existen distintas visiones del DiEM25, y estoy muy de acuerdo con la visión de Gerardo Pisarello en el volumen donde se presenta tal movimiento (Yanis Varoufakis y Gerardo Pisarello, Un plan para Europa, Editorial Icaria, 2016). Pero en la visión de Varoufakis, los Estados gozan de poca simpatía y ningún protagonismo, pues se ven como áreas de intervención e instrumentos anticuados. De ahí que no cuente con los partidos políticos y movimientos sociales que existen y operan dentro de cada Estado. En su lugar quiere desarrollar movimientos paneuropeos nuevos aparte de los ya existentes basados en cada Estado.

Los problemas con la estrategia de cambio propuesta por Varoufakis
Su estrategia es desarrollar y posibilitar toda una serie de eventos que, de una manera escalonada, vayan permitiendo –paso a paso y evento tras evento– alcanzar una Europa auténticamente democrática para el año 2025. Estos pasos o eventos incluyen: 1) la demanda de total transparencia en las instituciones responsables del gobierno de la Eurozona, con la publicación de las notas y actas de sus reuniones y/o cualquier tipo de trabajo; 2) la utilización de tales instituciones para responder a las necesidades populares; y 3) la convocatoria de una Asamblea Constituyente que daría paso a la Europa democrática, con un Parlamento Europeo soberano en el año 2025.

Expresado a este nivel de generalidad, dudo que haya alguien entre las fuerzas progresistas que esté en desacuerdo. El punto de debate es cómo llegar ahí. Y es ahí donde surgen los desacuerdos.

Su objetivo, repito, es crear movimientos paneuropeos que lleguen a alcanzar tales dimensiones que –siguiendo el calendario citado– desarrollen un sujeto soberano, el nuevo Parlamento Europeo, del cual derive todo el poder de decidir y legislar, dirigiendo un gobierno ejecutivo (que sustituiría a la Comisión Europea y al Consejo Europeo) sujeto y responsable ante dicho parlamento. Tal gobierno europeo tendría un presidente elegido directamente por la población europea. De esta manera, el poder de dicho Estado europeo sustituiría el poder de los Estados mediante instituciones supranacionales que tendrían mayor poder que las instituciones nacionales. A primera vista parecería que se están proponiendo unos Estados Unidos de Europa, aun cuando el escaso protagonismo de los Estados parecería cuestionar tal analogía, pues el Parlamento Europeo significaría una gran pérdida para la soberanía de cada Estado.

¿La desaparición de los Estados?
Esta versión de Europa asume, sin embargo, muchísimas cosas que son cuestionables, como históricamente se ha visto y se ha demostrado. El más importante de estos supuestos es creer que Europa, en sí, ya es una entidad que goza de la suficiente cohesión e identidad para establecer el concepto de ciudadanía en ella. Creo que es fácil de ver que este supuesto es altamente cuestionable en la Europa de hoy. De este supuesto se deriva otro, que asume que tal entidad europea debe tener un Estado, que sería el Estado federal, algo distinto (en realidad muy distinto) a una unión federal creada por la agregación de varios Estados. En todo este escenario no queda claro, sin embargo, qué ocurrirá con los parlamentos nacionales. Es decir, no se sabe si pintarán algo o no. En caso de que continuaran, ¿qué pasaría si hay un conflicto entre un parlamento nacional y el Parlamento Europeo? De esto ni se habla. ¿Qué pasa si el parlamento de Grecia no está de acuerdo con el Parlamento Europeo?

Pero además de estos supuestos, y además de estas incertidumbres, el Parlamento Europeo, punto final del trayecto, estará basado en la enorme diversidad de sus distintos Estados (tengan estos el poder que tengan). Es, por lo tanto, predecible que la población de ciertas grandes naciones y Estados pueda llegar a dominar el Parlamento Europeo a costa de los pequeños Estados y naciones. De ahí que el parlamento se dividiría fácilmente en secciones territoriales dominadas por las grandes, que diluirían otras categorías de poder, como, por ejemplo, el poder de las distintas clases sociales existentes dentro de cada país. Y dentro de esta variedad territorial, sería fácil que se reprodujera la dinámica del Parlamento Europeo actual, en la que dos grandes partidos –los conservadores y los socialdemócratas- acabarían controlando todo el poder.

La posible pérdida de voz de las clases populares en este Estado supranacional
En este escenario, las clases populares de los pequeños Estados estarían en una situación claramente minoritaria, con escasa incidencia en el nuevo parlamento (algo que ya ocurre ahora en el Parlamento Europeo actual). Pero lo que sería incluso peor es que la centralización de poderes también aumentaría el peligro de captación de tales instituciones centralizadas del Estado federal europeo por parte de los lobbies financieros y económicos, diluyendo y debilitando el ejercicio de la soberanía popular a nivel local. Ello llevaría inevitablemente a la alienación política de grandes sectores del electorado, los cuales verían mermada su capacidad de incidencia, aumentando la abstención y, por lo tanto, la despolitización de la población (que ya está, por cierto, ocurriendo, como muestra la baja participación electoral en las elecciones europeas.

Y para complicarlo todavía más, el énfasis en la vía paneuropea estimularía el polo opuesto, es decir, el nacionalismo de la ultraderecha, que canalizaría fácilmente el probable descontento popular que originaría la centralización del poder, anulando cualquier posibilidad de construir otra Europa basada en una unión de todos los Estados, con una división de fuerzas entre el centro y la periferia, dando mayor poder de decisión a los niveles de autoridad más próximos a donde vive la población. En esta estrategia, que yo propongo, la lucha para crear otra Europa pasa por un cambio progresivo a nivel de cada Estado, que vaya sumando fuerzas que presionen para realizar tales cambios a nivel europeo. Y ahí los movimientos transnacionales, sean sociales o políticos, jugarán un papel de enorme importancia. Pero dudo que se desarrollen sin una activa participación de partidos políticos, movimientos político-sociales y fuerzas sindicales, entre otros, basados en los Estados que se junten en un proyecto común.

El mejor ejemplo de lo que estoy proponiendo es lo que ha ocurrido con la propuesta de Tratado de Libre Comercio entre EEUU y la Unión Europea. Hoy este tratado está en dificultades y parece que no se va a aprobar, siendo ello una gran victoria de las fuerzas progresistas en Europa. La oposición a tal tratado comenzó a nivel local, para extenderse a nivel de los Estados con movimientos políticos y sociales de distintas nacionalidades que fueron colaborando y aliándose para presionar para que tal tratado fuera rechazado. Dicha resistencia no se inició a nivel supranacional, sino a nivel de cada país, un movimiento que se internacionalizó, es decir, se europeizó rápidamente. Inter-nacional quiere decir entre naciones, y es distinto a supra-nacional. Con esto último, el énfasis de lo supranacional da la impresión de que la historia se escribe desde arriba, cuando la mejor estrategia es la que va en dirección contraria, de abajo hacia arriba. Seguro que en esto Yanis y yo estamos de acuerdo.

Artículo originalmente publicado en 'Público.es': Navarro responde a Varoufakis. http://blogs.publico.es/dominiopublico/17702/respuesta-de-vicenc-navarro-a-varoufakis-inter-nacional-no-es-lo-mismo-que-supra-nacional/

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