Intoxicaciones sobre la nueva guerra fría

Por Paco Audije

Vuelve el modelo de noticias de la guerra fría, digamos, “histórica”. Leo sobre la detención de Serguéi Mikhailov y Dimitri Dokuchaev, expertos en cibernética del Servicio Federal Ruso de Seguridad (FSB). Supuestamente, habrían pasado información confidencial a la CIA, según la agencia rusa Interfax (citada a su vez por 'The Moscow Times', TMT). ¿Es eso importante? Yo diría que –al menos– lo parece.

Mucho antes de la elección de Donald Trump –y antes de que acusaran a Rusia de injerencia en las elecciones presidenciales estadounidenses– la Unión Europea llevaba tiempo acusando a los servicios rusos y al Presidente Putin de manejos turbios parecidos de signo contrario. Nada que no podamos esperar. Ahora, ante la noticia proveniente de Moscú, veo que el FSB (heredero de la KGB) afirma que los detenidos por pasar información a la CIA son cuatro y que otros “ocho individuos han sido identificados como cómplices”. Las mismas fuentes (rusas) citadas por TMT dicen que el principal detenido trabajaba “en el corazón” de la ciberseguridad de la Federación Rusa. Junto a los dos ya citados, TMT, que cita al diario Novaya Gazeta afirma que entre los cuatro detenidos (del cuarto no se da nombre) está Ruslan Soyanov, jefe de investigaciones de la ciberdelincuencia). Fascinante. Mientras el mundo discute de la “posverdad” y de las “noticias falsas”, la que precede parece verdadera. Y contribuye a reforzar el espectro o la realidad de esa nueva guerra fría.

Propaganda, medios y estereotipo
En septiembre, formé parte de un grupo de periodistas y expertos de la Unión Europea y de la Federación Rusa que discutió durante dos días en Bruselas sobre “Journalistic standards in reporting the EU and the portrayal of Russia: against stereotypes in the media”. No se hablaba aún de la “posverdad” como palabra del año 2016. Y en aquel encuentro de Bruselas, curiosamente, se habló poco de la OTAN.

El debate lo organizaron la propia UE, el Sindicato de Periodistas de Rusia y la Federación Europea de Periodistas (FEP o EFJ en inglés). La paradoja, sí, es que mientras las intoxicaciones y el ciberespionaje siguen adelante, Europa y Rusia continúan buscando plataformas de diálogo. Y eso a pesar de Crimea, del conflicto del este de Ucrania y de las sanciones. Por otro lado, el encuentro al que asistí había estado precedido por otros dos, en Londres y San Petersburgo. Oficialmente, para restablecer una visión mutua de qué es “periodismo independiente”. Nada menos.

En el debate, Fernando Andresen Guimaraes, Jefe del Departamento de Rusia en el Servicio Exterior de la UE, nos recordaba a todos que –a pesar de las sanciones– Rusia sigue siendo socio comercial mayor de la UE. Por supuesto, citó los cinco principios establecidos por el Consejo Europeo del 26 de marzo de 2016, relativos a:  Crimea (“la anexión no debe ser reconocida”, dijo); la necesaria ampliación de relaciones cuando la situación mejore, teniendo en cuenta también la posición rusa en otros países como Bielorrusia o Kazajistán (“la coexistencia no sólo es posible, sino necesaria”); la estrategia de seguridad de la UE y su estrategia global; y señaló que no había que olvidar en ningún momento los temas de interés común (la energía, por ejemplo); ni tampoco dejar de lado a las sociedades civiles (“people to people contact”, dijo), que deben beneficiarse de la cooperación transfronteriza y de las posibilidades de cooperación exterior en otros campos y lugares.

Excelente, sí, o lo parece. Y fue en este último punto donde se refirió a “la utilidad de una sociedad civil independiente”, que “Rusia debe reconocer” evitando hacer uso de la “demonización mediática”. No dijo nada de otras demonizaciones, que existen en nuestro lado de Europa.

Porque cuando se combaten estereotipos nos olvidamos de los propios. En el terreno personal, eso es evidente. En el de los conflictos de intereses interestatales, ese olvido se traduce en la posibilidad de que surja una “guerra informativa”. Una posibilidad casi siempre abierta. Parece que seguimos ahí, por ahora.

Nina Bachkatov, de la Universidad belga de Lieja, dijo después algo que salpicó a algunos expertos y a ciertos medios de la UE: “Es siempre difícil combatir los estereotipos, que conllevan ignorancia y simplificación.

Por ejemplo, si se parte siempre de la idea de que Vladimir Putin es un antiguo miembro de la KGB, parece difícil remontar esa cuesta y saber qué más decir”. Añadió que existe una idea-sugerencia muy repetida en los medios occidentales y –muy en especial– en los anglosajones: “Insiste en identificar lo ruso a lo exsoviético”. Desde luego, no parece una idea neutral, pues conlleva una percepción negativa y anticipa nuestro rechazo al político y a quien representa.

Entre mis notas de aquel encuentro, veo ahora que varias voces rusas sugirieron –al contrario– que en Rusia la información sobre la UE es más dispersa. Hay menos interés. Según dijeron porque se sustituye el objeto UE por el interés –más diverso– que existe sobre los países más importantes de la Unión. Nos recordaron las malas relaciones con Putin y el Kremlin durante el período José Manuel Durão Barroso. “La idea de guerra informativa aparece con la explosión en Ucrania y Crimea”, remató Nina Bachkatov, que además de ser investigadora universitaria sigue ejerciendo el periodismo en Le Monde Diplomatique.

De modo que desinformar es desinformar, lo haga quien lo haga. Aquello de “la verdad es la verdad, dígala Agamenón o su porquero”.

Una conclusión de aquel encuentro fue que los periodistas y los medios, europeos o rusos –no sé quién más que el otro– tienen que resistirse a la pendiente intoxicadora. Ahora diría yo que ya tenemos bastante con algunos responsables de comunicación de la Casa Blanca. Los rusos nos contaron que en la UE debemos empezar a asumir que ya pasó la época (post-perestroika) en la que los medios rusos presentaban una imagen idílica de Europa Occidental. Y que si la cadena global rusa RT emite (desde Moscú)  un amplio reportaje sobre víctimas de la crisis, pobres, desahuciados, personas que viven en la calle y desempleados en París, Berlín o Madrid, eso no es sólo “propaganda”. Cierto.

Todos se espían entre sí
De modo que las operaciones de intervención cibernética de Rusia en Estados Unidos durante las elecciones -pero no únicamente en período electoral- nos aparecen como un elemento más de la “nueva guerra fría”. En ese contexto, dice en 'La Vanguardia' (15 de enero de 2017) Udo Helmbrecht, director de la agencia europea de prevención de ataques cibernéticos, hay que tener en cuenta que “EEUU, China, Rusia, Israel, Alemania, Francia, el Reino Unido, y sólo hace falta leer los informes de Snowden, todos se espían entre sí”. Hay que caminar con pies de plomo en no importa qué país. Y hasta prueba de lo contrario, cualquier información puede ser total o parcialmente mentira, en cualquier medio o cualquier plataforma. Hasta prueba de lo contrario. Y quizá debemos mirar con más distancia las noticias tipo espías-en-el corazón-de-los-servicios-Kremlin-Berlín-Wahsington, etcétera, etcétera. La fascinación novelesca por la guerra fría –quizá– refuerza en los medios esa nueva guerra fría.

No olvidemos, eso sí, que en 2017, habrá elecciones en Alemania, Francia, Holanda y, quizá, en Italia. Todo ello en medio de la negociación del Brexit y del viento huracanado que nos llega de la Casa Blanca de Trump.

“Los políticos (europeos) son ahora más conscientes y les ha entrado el pánico porque llegan las elecciones. Pero no están completamente preparados para afrontar los riesgos” –nos recuerda Helmbrecht– que no sólo tienen que ver con la seguridad cibernética y los medios, sino con “las redes sociales y sus noticias falsas”.

Desde luego, Putin tiene sus candidatos favoritos en Francia u Holanda; pero lo mismo sucedió (por parte de Bruselas) cuando en Kiev se enfrentaban lo que podríamos llamar “las dos Ucranias”. En la actualidad, y por ahora, el vendaval Trump contribuye a cegarnos un poco sobre la realidad –o continuidad– de la nueva guerra fría. Asumamos que ésta persiste a ratos con guantes de seda, otros con intermediarios en armas (como en Siria o en el este de Ucrania).

Finalmente, aceptemos también la realidad de que –con Trump o con Putin– quien avanza es una concepción del mundo más conservadora y autoritaria. Al menos, buena parte de la sociedad civil estadounidense parece haberse convencido de ello y ha reaccionado consecuentemente. En Rusia y en la UE, sería sano que hubiera reacciones parecidas. Eso quebraría algunos perfiles por los que se cuelan los parafascismos en boga. Por el momento, esa movilización de la sociedad civil –también en el Reino Unido– es una buena noticia y quizá más importante que los detalles (casi de cine clásico) que nos envían desde sus oficinas ocultas los expertos del ciberespionaje.

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